viernes, 23 de marzo de 2012

Poemario: "El último grito"


Creyeron que te mataban con una orden de ¡fuego!
Creyeron que te enterraban,
y lo que hacían era enterrar una semilla.
Ernesto Cardenal (Del poema “Epitafio para la tumba
 de Adolfo Báez Bone)






Llegaron sin caras,
sin piedad
y sin ley,
aunque ellos eran la ley.
Se llevaron la vida,
vientres henchidos;
se llevaron a justos y a pecadores.

Vinieron en nombre de la paz
y se llevaron la paz.
Nunca más la volvimos a ver,
ni a esos rostros de humo
que caminan todavía
contra la memoria y el olvido.

Son pasos de nadie,
desvanecidos de tiempo,
habitantes de los espejos rotos
de la memoria,
huesos de todos
que un día volverán
sin carne, sin justicia
y sin saber quiénes fueron.

La tierra fue la madre que
los abrazó en su oscuro útero
y el Río de la Plata, el padre
que dio el consuelo líquido
a sus tormentos inexplicables.
Nos dejaron el horror,
como una sombra de tanto dolor.

El martirio de sus martirizados
mató para siempre su propia humanidad:
parieron la bestia que todavía anda suelta.

Los pasos del jueves
fueron la carne de aquellos dolores,
uno a uno fueron llegando,
como pájaros del atardecer
que buscan el árbol de la noche.
Pero ellos venían de la noche
y buscaban el árbol de la luz.

Buscaron.
Desesperadamente buscaron
el eco de su evanescencia.
¿Dónde estaban? ¿Dónde los tenían?
Volvieron a buscar
con lágrimas de arena en los ojos
y cuando todo era silencio
ellas gritaron espumas de ira.

Los pañuelos blancos
desangraron el olvido
y el camino circular de la plaza
fue el molino
donde trituraron la desesperación.
La certeza del luto irremediable
maduró después,
como una zarza espinada


¡Cuántas cruces bajo el agua,
cuánto sufrimiento duerme bajo la tierra!
Esperan la luz para dejar de ser nadie.

Después vinieron los hijos
robados a los vientres estremecidos.
Volvieron de su propia ausencia,
como polen de aquellos huesos
esparcido al futuro.
Huesos tibios que laten
tuétanos de llanto y gemidos.

Hay vapores de esperanza
que suben desde las tumbas ignotas.
Cementerios líquidos y anónimos,
pozos oscuros que iluminan la verdad
son ahora los ojos de los jueces. 
El último grito vendrá del calcio eterno.
Todo se sabrá. Todo lo sabremos.




(c) Hugo Morales Solá

sábado, 17 de marzo de 2012

Poemario: "No estás"


Beso tus besos que no están

y beso en el aire el perfume de tu ausencia.

Busco a tientas la sombra de tu regreso,

mientras te disuelves a lo lejos, 

adelante del tiempo.

Te has ido y te has llevado la luz, 

alejando las distancias.


Yo me quedo, 

y un rechinar de latidos divulga este tormento.


Dónde queda la esperanza

si todavía crepita de tibieza tu presencia.

Camino sobre la oscura atmósfera de silencios

que presides sin saberlo,

y desando sin sosiego la estepa de tu partida...

Y espero, espero, sin remedio.



(c) Hugo Morales Solá

jueves, 15 de marzo de 2012

Poemario: "Deseo"


En el fondo de tu boca anida mi deseo.

Cuando quiero lo desentierro entre las 

culebrillas guardianas que se esconden 

en el cuenco líquido de tus fauces.

Y me acechan.

Yo te busco.

No me amedrentan sus esfinges de cancerberos. 

Salto a la luz desde la noche,

y es eterna la felicidad de jadear sobre tu gozo,

mariposa de la niebla,

innombrable agitadora de mis sentidos.

Me cuelo en el viento de tu asombro 

y navego hacia tus entrañas.

Y te desnudo.

Nada quieres, aunque todo lo apetezcas.

Me rechazas y me albergas.

Te sobrecoges y te tientas.

Tu profundidad es generosa,

inmensa para quererme y no quererme.

¡Confusa belleza que me envenena 

en el calambur de tus palabras!

Me dices que eres el bing y yo el bang 

en este espeso ensamble que rocía nuestros cuerpos, 

como el zumo vaporoso que voy libando de tu boca.

Que no habrá más lunas después de este crepúsculo,

que el sol coagulará su desconsuelo.

Pero yo reposo seguro en las tibias cavernas

que riega tu sangre deletérea, siempre inatrapable.



(c) Hugo Morales Solá

miércoles, 14 de marzo de 2012

Poemario: "Sangra el desierto"


Dientes de silicio y de silencio

muerden tus pies descalzos.

El silicio penetra el gemido

de los pasos que ya no están

y el silencio acompasa la llovizna de tus sollozos,

justo antes de que despeñes tus gritos.

Muerden cuando duermes

y una lágrima de sueño

moja los amancay de la noche.

En su regazo amarillo descansa el sol,

hasta que despierte con el lamido seco

de tus talones corriendo hacia el desierto,

donde sangran los cerezos.

Un colibrí del atardecer

acariciará con sus alas

la sonrisa enterrada de mordiscos

en el hueco de tu tristeza.

Y volverás del silencio

sin palabras y sin aliento,

cuando tu carita desove carcajadas

sobre la sangre de tus pies mordidos.



(C) Hugo Morales Solá

martes, 13 de marzo de 2012

Poemario: "Tentaciones"

Pájaros de la lluvia
te sumergen en el jardín
de donde vienes.
La lluvia moja los recuerdos,
tu, vuelas con las alas de la creación
y la sangre hilvana tus instintos
al árbol prohibido.
Y me atraes,
y me tientas.
Me seduces
y me perturbas.
Sabes que en tu cuerpo
se estrangula mi deseo,
que tus abrazos erizan
la piel del tiempo.
Como el mar insomne,
que sólo se adormece
en el pecho de la luna,
tus besos llegan de noche.
Y me buscan.
Me llevan y me traen
en el oleaje de tus labios
que se abren y se cierran,
que me aspiran y me tragan.
Vienes del primer día,
como una Eva sin Edén
y no puedo resistir
la marea nocturna de tu presencia.

(C) Hugo Morales Solá
 

lunes, 12 de marzo de 2012

Poemario: "Ingravidez"

Te desnudo con palabras,
con susurros de papel.
Son salmos de amor
que sobre tu piel caen,
se deslizan suavemente,
se deshojan y te visten de versos.
Son presagios de instintos
que corren por tu cuerpo.
Como un arroyo de ternura,
crecen desde tu boca
y desaguan en la espesura de tu asombro.
Son dos gotas de este poema
qlue ruedan cuesta abajo,
entre la curvatura de tu exaltación y la quietud 
de este deseo desgajándose 
en gemidos.
Levitas en el aire, como pétalos de suspiros
y es tan ingrávida y deletérea la felicidad
que nada sigue, nada vuelve. Como la eternidad.
Apenas te suspende la respiración de la noche,
aunque estés afuera de su marcha hacia la luz,
porque de marfil es ahora el tiempo
y de ébano tus ojos lustrosos, sin memoria.
Si te sonrojas sentirás de nuevo la fragilidad
y te caerás de esta breve inmortalidad.
No vuelvas al barro de los dolores.
Quedémonos aquí,
como un recuerdo de lo que seremos.

(C) Hugo Morales Solá

viernes, 9 de marzo de 2012

Poemario: "Descanso"

Debajo de tu sonrisa
se esconde el plumaje de las palabras.
Ahí se arropan mis esperanzas
y se adormecen mis insomnios.
Su sombra es un penacho de verdad
que rueda siempre sobre mi cabeza.
Con él puedo volar los vuelos que agita mi corazón.
Salgo a la calle y en el arenal de gritos,
las palabras flotan y me envuelven,
y me amparan.
Camino con ellas
y me aletean su alegría.
Juego con ellas
y me sostienen desde adentro.
Revoloteo en sus aromas
y me dan el aire que respiro
Mariposeo con su magia
y me hipnotizan sus rumores.
Escucho las palabras,
y escribo en el aire.
Pienso,
y escribo en el agua.
Duermo,
y escribo.
Escribo,
y sueño.
Respiro con letras invisibles
y puedo cantar su silencio.
Como un jilguero,
voy trinando las palabras,
silabeándolas, leyéndolas,
pensándolas, necesitándolas.
Como niños de la calle,
puedo verlas sueltas,
solitas, martirizadas y profanadas.
Han llenado las bocas de los hombres,
pero sus corazones las han vejado,
las han vaciado de sustancia.
Yo las recojo, las alivio y las respeto.
Las redimo.
Yo las salvo.
Ellas me salvan.
Ante ellas me prosterno y las reverancio.
Vinieron al mundo
para trenzar las inmensidades de cada hombre,
para acercarnos a la vida y alumbrarnos el alma.
Pero las encuentro apagadas,
tantas veces encendiendo la oscuridad,
negándonos, encegueciéndonos.
Incomunicándonos.
En el obraje de las palabras,
mis pensamientos se arman y se desarman.
Como un pastor de los vocablos,
voy arreándolos hacia la luz.
Como un hachero de tantos sofismas,
voy desmontando la espesura de sus trampas.
Como un catequista de sus mandamientos,
voy consagrando su esplendor.
A veces parecen inasibles,
se diluyen,
se elevan en su levedad
y luego caen de gravidez.
Dan a luz pequeñas palabritas
que van creciendo en una hiedra colosal
Yo la riego
y su ramaje crece adherido al tapial de mi alma.
Su sombra me va envolviendo
y sus juegos revoltosos me abrazan.
Como niños traviesos, me dan reposo y sosiego.
Bebo su savia y me arrulla su melodía.
Des-can-so.

(c) Hugo Morales Solá

domingo, 4 de marzo de 2012

La cultura Alamito - Parte III



Un espacio de síntesis religiosa

El valle de Alamito fue un medio ambiente ideal para que fuera el almácigo de la fusión cultural de los numerosos pueblos valliserranos del Noroeste argentino. Allí había tierras humedades y fértiles, recostado sobre selvas de yungas, que le permitía contar con madera abundante como combustible para los hornos metalúrgicos, por ejemplo, y demás necesidades de la comunidad, como el algarrobo, árbol sagrado desde aquellas épocas, pródigo en madera y frutos. Del mismo modo, disponían de grandes bosques de cebiles, cuya sustancia consumían en pipas de piedra para elevarse en alucinaciones hacia las nubes de los dioses. Un espacio, en fin, apto para manifestar toda la diversidad de sus misticismos y fundar el arte sagrado, variado y sintetizador a un solo tiempo, cuyos productos pudieron esparcirse, con el tiempo, por todos los valles y quebradas hasta donde llegó a irradiarse en el proceso de coalición cultural que, sin regreso, disparó el fenómeno religioso de Alamito. 
 No es que Alamito haya sido el centro inevitable del tráfico comercial y del intenso intercambio de bienes en general que sobrevino al encuentro de cada una de las particularidades de la región que los siglos fueron arrimando al Campo del Pucará. Desde luego, no fue el nervio de la balanza comercial de lo que fueron tal vez los tres primeros siglos de la era cristiana, porque es cierto que paralelamente había, en el crecimiento del proceso integrador, prácticas bilaterales de cambio de bienes, a través de dos o más pueblos que comercializaban directamente sus producciones. Pero Alamito llegó a ser el núcleo más duro del fenómeno de interacción entre las sociedades de la región, desde cuyo eje espiritual se vertebró y consolidó ciertamente un verdadero polo de poder, como la gran sustancia de la integración cultural.

El progreso regional

 Pero, ¿cómo llevaron adelante el transporte de eso que teóricamente se planteó como un intenso intercambio de bienes agrícolas, objetos de arte y otros de la más diversa naturaleza, como madera para combustible, tejidos o carne? Los ganados de llamas, que estas comunidades aprendieron a producir y reproducir para destinarlos a la carga, alimento y tejido de su lana, fueron en este sentido un medio eficaz de traslado de ese cúmulo de productos entre los pueblos o en los viajes hacia la gran plaza intercultural de Alamito. Es más, allí sus jefes podían sellar acuerdos de intercambios de cosechas u otros productos que algún pueblo ofrecía a otro que carecía de ellos y éste, a su vez, entregaba bienes materiales o servicios, técnicas o sistemas de riego o cultivo, que aquél necesitaba. Estos centros ceremoniales fueron, en definitiva, vehículos aptos para poner a la inteligencia al servicio del progreso común de la región. Seguramente, a partir de ellos las sociedades se involucraron unas con otras y en conjunto pudieron mejorar -y elevar- la calidad de vida de cada una de ellas, sin renunciar ninguna a las particularidades concretas de sus identidades. Naturalmente, eran tiempos en que la vida, individual y colectivas, estaban orientadas y regidas por las creencias religiosas. La vida humana estaba gobernada enteramente por la voluntad de los dioses y nada, ni siquiera los detalles de la vida cotidiana, escapaba del gobierno divino. Sólo así era posible encontrar una explicación y un sentido a la existencia, de cara a un universo desconocido hasta en los fenómenos más básicos como la lluvia o el trueno, de frente a una naturaleza todopoderosa, sobre cuya amenaza omnipresente sólo la voluntad de seres sobrenaturales podían proteger su pequeña finitud. 
 Por eso, parece lógica la aparición de estos centros de cultos de tanta solemnidad y devoción entre estas culturas, productos naturales de su época, aunque, en realidad, desde siempre -como los sitios ceremoniales de Tafí del Valle- hubieron estos lugares sagrados. Pero en este caso, proyectaron al conjunto una biosfera ideal para entramar los espíritus en un solo culto de clamores a los dioses, para ponerse a salvo de los mismos padecimientos y temores que los atravesaban por igual, bajo la conducción de esos pontífices entre los mortales y las divinidades, médium supremos y prodigiosos que intercedían ante los cielos por las necesidades de la tierra. Alrededor de estos sacerdotes se estructuró la vida religiosa independiente de cada una de estos pueblos y, después, la vida espiritual común en Campo del Pucará. La evolución, por supuesto, respondió a la misma lógica: una existencia centrada en la voluntad de los dioses, así en lo individual como en lo familiar y social, debía conducir inevitablemente a un sistema de gobierno centrado del mismo modo en la voluntad divina. 

Verdaderas teocracias

 Eso, exactamente, fue lo que ocurrió con estas sociedades: crearon verdaderas teocracias, cuya pirámide de gobierno ofrendaba la cúspide al protagonista social que mayor poder reunía por su influencia espiritual sobre la comunidad y hacia el ojo de sus deidades: el chamán. Y cuando el centro de ceremonias de Alamito desató el proceso de interculturación, estas figuras ganaron en la misma intensidad el poder que traían desde cada una de sus culturas y permitió que allí se diera un fenómeno de concentración de poder espiritual que derivó forzosamente, a través del tiempo, en la concentración del poder político. Campo del Pucará se convirtió, entonces, en un polo de autoridad política, a partir de la subordinación religiosa que reconocían todos los pueblos locales, desde donde fue capaz de resplandecer su poder hacia todo el noroeste argentino y sirvió de plataforma para transformar a Alamito en un haz de oportunidades y posibilidades que favoreció el desarrollo integral de las comunidades de la zona. Pero ese desarrollo demandó, a su vez, la evolución de las sociedades hacia otros niveles más complejos de organización, donde comenzó a evidenciarse ya la estructuración de la comunidad en categorías, según las funciones y jerarquías de sus integrantes, cuyo eje más visible fueron las comunidades de Condorhuasi, en el valle de Hualfín. Sin ninguna duda que esta cultura fue la dominante en la creación y crecimiento del centro de cultos de Alamito, como lo indican todos los restos arqueológicos de cada uno de los sitios religiosos de Campo del Pucará, al punto de concluir que, como se dijo, este lugar sagrado no constituyó una cultura propia sino que fue la expresión de una fase evolucionada de Condorhuasi, cuya fundación coincide con el desarrollo de la etapa conocida Diablo de esta cultura, alrededor del segundo siglo de la era cristiana. Pero la interacción e integración de los pueblos de la región, que trajeron los siglos, resulta evidente con el arte de la cultura Ciénaga que igualmente tributa este yacimiento de Pucará, producto seguramente de períodos posteriores a la fase Diablo de Condorhuasi, cuando la cerámica de esta identidad cultural comenzó a disminuir y la de Ciénaga empezó aumentar su dominio entre los rastros arqueológicos. 
 Ese juego de prevalencia de una cultura sobre otra fue quizás el reflejo de la disputa pura y dura que debió existir entre sociedades que luchaban por el liderazgo cultural para avanzar en la conformación de los primeros señoríos políticos sobre la región, que les permitía ocupar y dominar territorios muchos vastos que los que históricamente les pertenecían a cada una de ellas. Si bien ambas culturas coexistieron, en territorios diferentes, durante casi toda su existencia, resulta claro que Alamito fue un producto típico de Condorhuasi, sobre el que tal vez en las últimas etapas de su vida pesó la cultura Ciénaga. Lo cierto fue que del ensamble de estas culturas, una sobre otra, una antes que la otra, Alamito pudo proyectarse en el tiempo hacia estadios culturales más evolucionados, como parecer ser la aparición de Aguada, en el valle de Ambato. Un fenómeno social y cultural, por supuesto, más complejo, hacia donde se mudó el polo de poder y desarrollo regional desde Alamito, alrededor del año 500 d.C. Los investigadores sostienen que muchos elementos artísticos y arquitectónicos de Condorhuasi-Alamito se encontraron después en Rinconada de Ambato, como una evidencia patente de la transformación espiritual y cultural desatada en Alamito. Rinconada, el modelo más claro de Aguada, siguió el patrón de desarrollo de Campo del Pucará, esto es, a partir del núcleo religioso de la hermandad de las comunidades que se reunieron allí, se abrió un proceso de cohesión de los pueblos en los demás órdenes de la vida y la convivencia intercultural. De modo que Aguada de Ambato tampoco fue rotundamente una cultura autónoma y definida, sino el grado superior de unión e integración entre las diferentes nacionalidades nativas de la región, hilvanadas entre todas por un modo de ser, sistema de creencias, hábitos y costumbres, técnicas y métodos culturales que en conjunto conformaron tal vez el hilo común de una ideología que urdió la trama del tejido interétnico sobre casi todo el noroeste de la Argentina. 

 * * *

Fuentes:
* “Los mecanismos de control y la organización del espacio en los períodos formativo y de integración regional”. Víctor A. Núñez Regueiro - Marta R. A. Tartusi. Cuadernos de la Facultad de Humanidades y ciencias Sociales de la Universidad de Jujuy. Noviembre de 2003. Número 020. Pp. 37-50.
* “El período formativo inferior en la provincia de Catamarca (desde el 450 a.C. hasta el 600 d.C.). Víctor A. Núñez Regueiro - Marta R. A. Tartusi. Catamarca Guía: www.catamarcaguia.com.ar


(c) Hugo Morales Solá

 Mi columna en El Corredor Mediterraneo. Revista cultural de Río Cuarto. Córdoba.  https://acrobat.adobe.com/link/review?uri=urn:aaid:scds:U...