miércoles, 10 de agosto de 2011

La Pachamama: diosa de los Andes - Parte II

El culto a la madre tierra es el culto al universo





La idea de Madre Tierra no parece identificar acabadamente al espíritu de la Pachamama, si bien es la noción inmediata que resuena con su evocación. Sin embargo, este rótulo parece ceñir la dimensión de una espiritualidad que definitivamente es mucho más amplia. Pachamama es, como se dijo, el culto a todo lo creado, a la existencia misma del universo y al misterio que gobierna todos sus ciclos y dispone ese orden inexplicable a las pulsiones de la naturaleza. Rigoberto Paredes recuerda, por ejemplo, que "Pacha significa tiempo en lenguaje kolla, pero con el transcurso de los años, las adulteraciones de la lengua, y el predominio de otras razas, finalizó confundiéndose con la tierra".
Pero es cierto: la morada de la Pachamama es la tierra. Por eso, sus ritos exigen la apertura de un pequeño pozo para enterrar allí todas las ofrendas que vinieron de ella, para agradecerle todos los frutos que ella prodigó generosamente. Ahora bien, se tiene a la tierra como la residencia de la Pachamama en la cultura indígena, porque el suelo es el espacio del universo más próximo que dispone el hombre. Es lo primero que pisa naturalmente desde que nace para habitarla y para que lo habite por adentro de su espíritu. Pero, en todo caso, esto es nada más que un símbolo de su presencia que todo lo abarca, que todo lo alcanza y todo lo comprende, así en el cielo como en la tierra.

Señora de la vida y la muerte

Y es la Pachamama la que "da la vida y también la recoge". Por eso, ella es igualmente señora de la muerte, a cuyo paso guía y purifica, limpia el alma y el cuerpo de las manchas de las mezquindades humanas que sirven de anclaje en las oscuridades del más allá. "Es la gran devoradora de cargas, lastres, dolores, es la gran recibidora de todo", enseña Huamán Reyes. "En sus ritmos de amor -avanza-, hay tiempos en que absorbe a los seres hacia la oscuridad primigenia. Les quita las carnes con que se vestían, les muele cuidadosamente los huesos con que se erguían, los limpia también de errores y pecados que pudieron ensuciarles el alma. En esta avocación, como 'devoradora de inmundicias' que purifica periódicamente a todos los seres de la 'superficie' la hallamos en todas las tradiciones de la América andina, en la simbólica del descenso purificador-destructivo a las profundidades".
En un sentido profundo, la concepción indígena de la Pachamama es también de naturaleza filosófica, en tanto ella ayuda a encontrar el significado de la existencia de los hombres en la Tierra. Es, en efecto, una consubstanciación de la energía del universo con la de la humanidad, porque ésta depende enteramente de aquella y aquella encuentra un sentido abriendo sus esencias para dar vida y albergar a los hombres. Por eso, la religión de la Pachamama es el cordón espiritual que hermana en una sola identidad a todos los pueblos americanos. Su sello americanista identificó desde siempre de una sola manera a los aborígenes de una punta a la otra del continente.
"Pachamama... ¡Kusiya, Kusiya!". La oración de agradecimiento a la Madre Tierra que inicia el rito ancestral es la manifestación espiritual que resuena en todos los valles de los Andes. Kusiya es un vocablo quechua que expresa alegría. Es el júbilo del reencuentro, de la comunión con la tierra de cuyo barro deviene la existencia y en cuyo polvo encontrará el final de los días la presencia del nativo en América. Pero esa comunión es también la responsable de sostener las generaciones que continuarán la identidad aborigen. Ella es la que dará a la vez los medios para vivir y convivir y reinará entre los cerros y quebradas y presidirá todos los días -los cotidianos, desde entregar el primer trago de chicha al suelo para que la Pachamama la absorba, y los especiales como el nacimiento de los hijos, la muerte de los ancianos y los guerreros, y hasta la misma guerra-, porque ella es la perfecta envoltura de la vida de los hombres originarios de este continente.

La corpachada

De ahí que el primer día de agosto de cada año del hemisferio Sur, la Madre Tierra comienza a abrir sus entrañas para ser fecundada y muestra todos los entresijos de sus misterios. A partir de allí la tierra parda del invierno sacude su sequedad y busca al padre Sol para despertar la fertilidad que estallará en la primavera del mes siguiente. Agosto será el mes largo y empedrado de la transición del invierno a la tibieza y el verdor que precede al verano. Pero en sus días habrá vientos que asfixiarán y atmósferas que agobiarán y serán los ancianos los más expuestos a los cambios de estación. Entonces, los pueblos andinos sudamericanos pedirán protección a la Pachamama para atravesar el interminable agosto, para gozar después de las generosidades que ella prodigará cuando maduren los frutos del trabajo y los animales rebosen de carne y leche.
Este sentido, tan simple y profundo, permite percibir en toda su dimensión el ritual de la "corpachada", una voz que viene igualmente del quechua y alude a "quien da hospitalidad", como enseña la investigación sobre las tradiciones en Laguna Blanca, un pueblo aborigen de la puna catamarqueña, a cargo de la Universidad Nacional de Catamarca, y enfatiza especialmente el culto a la Pachamama. Por eso, "corpachar" quiere decir literalmente eso: entregar las ofrendas a la Pacha que abre su piel en el pozo ritual para "darle de comer" y compartir con ella todo lo que volverá a dar más tarde con generosidad.
La jornada del primer día de agosto debe comenzar muy temprano, antes de que el sol se levante sobre las montañas. El primer acto es esparcir sahumerio por toda el área donde tendrá lugar la ceremonia. Los inciensos sagrados purificarán el ambiente y los espíritus, a la vez que servirán para ahuyentar los males que puede traer el inestable mes que está comenzando. Las mujeres se ocuparán después de cocinar los mejores manjares que recibirá, en primer lugar, la diosa tierra, así como parte del gran acopio de bebidas alcohólicas, además de la chicha. Los hombres, mientras tanto, cavarán el agujero en la tierra e irán entonando la garganta con coplas religiosas y abundantes tragos del néctar fermentado de las uvas. Eric Boman rescata una oración del día festivo de agosto dedicada a la apertura de canales de riego. Dice en quechua: “Pachamama, Santa Tierra, caihatundiapi hamuico mapaicamoj...huahuas miquicuna. Kan Pachamama caipikanki ihujpa...patapi. Kancuna Huihuahuanquichaj tucuilla. Ñokaicu huatapac kutimusajku muchasuj concorimanta. Cunan caihatundiapi benediciunta churahuichac ñaripuseiku huasicumanta chica contentos icusiskas. Adios Pachamama Pachatata”. Pero el mismo antropólogo y arqueólogo traduce al español la plegaria vallista: “Pachamama, Santa Tierra, en este día grande hemos venido a saludarte todos tus hijos. Tú, Pachamama, estás aquí y otro dios en lo alto. Vosotros nos criáis a todos nosotros. Para el año volveremos de rodillas a besarte. Ahora en este día grande danos tu bendición. Ya nos vamos muy contentos a nuestras casas y nos alegraremos. Adiós Pachamama, Pachatata!”.
Los hombres saben que agosto será un mes de escasez y el festín servirá para cargar las energías necesarias para cruzarlo de pie. Al mediodía, cuando el sol corona la jornada, tiene lugar la corpachada: la Madre Tierra recibirá las mejores comidas y bebidas que prepararon, luego se ofrecerán las hojas de coca que energizan los músculos y hasta los paladares se desprenderán de los acullicos, esas pequeñas pelotas de hojas de coca que amasan con la saliva en la boca. Inmediatamente asperjarán el pozo con estiércol molido y perfumes de los valles, mientras se escuchan los cantos de alabanza para pedir buenas siembras y mejores cosechas. A la vez, agregarán granos de maíz y semillas de todos los cultivos que practicarán en cualquier valle de los Andes como de las cadenas montañosas del noroeste argentino. En los valles calchaquíes, precisamente, el rito se respeta con la misma fidelidad de los siglos. Cuando el sol comience a declinar su luz y la tarde vaya pintándose de noche, los hombres y mujeres cerrarán el pozo con piedras en un pequeño montículo de cincuenta centímetros a un metro de altura, que será el altar de canto rodado para identificar el lugar de un nuevo culto que se hizo a la Madre Tierra. El pequeño monumento servirá además para que los viajeros se detengan con nuevas ofrendas y pidan por un buen viaje. Otros se acercarán para rogar por la salud de los enfermos y en el mismo acto invocarán a la Virgen María, cuya imagen se encontró en muchas apachetas de los caminos calchaquíes, por ejemplo. Es que como señalan los investigadores de la Universidad Nacional de Catamarca el culto mayor a la Pachamama junto con los referentes católicos conforman lo que se conoce como el "catolicismo andino".
La investigación académica señala que existen además otros ritos para agradecer a la Pachamama. Son las ceremonias, por ejemplo, de pasaje de la primera a la segunda infancia que tiene lugar con el primer corte de cabello, cuando los niños cumplen dos años. Este acto se llama "rupa chico" o "ruti chico", que consiste en trenzarles los cabellos de cada niño en lo que llamaron "simbas", para cortarlas y cambiarlas por crías de animales que serán de propiedad de los chicos.
En fin, la fiesta de agosto a la Pachamama seguirá toda la noche. Las comidas, el berberaje, las danzas en su honor y los bailes de alegría por la protección que recibirán de ella en el año santo que se abre serán las escenas que presidirá la luna hasta que el sol vuelva a asomar entre los cerros desvelados de alcohol y fervor religioso. Todo está en orden: la tierra se abrirá en surcos y beberá sedienta el agua que volverá a caer del cielo después de los meses secos del invierno, las semillas germinarán y crecerán hasta la siega. La vida y la convivencia, en suma, late en sintonía con la naturaleza que gobierna sincronizadamente la diosa Pachamama.


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* La foto pertenece a Jorge Luis Campos - Buenos Aires - Argentina

(c) Hugo Morales Solá


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